domingo, 17 de diciembre de 2017

NUESTRA SEÑORA DE LA EXPECTACIÓN DE CASTILLEJA DE LA CUESTA. LA VIRGEN DE LA O, ESPERANZA NUESTRA.
Juan Prieto Gordillo
Prof. Universidad de Huelva


Fue el maestro pintor Francisco Pacheco quien en su obra Arte de la Pintura[1] facilitara las primeras informaciones sobre la realización de la Virgen de la Expectación, tallada para el convento de franciscanos descalzos de la villa de Olivares durante el primer tercio del siglo XVII, siendo trasladada al convento de la misma orden de Castilleja de la Cuesta en 1635, y ubicada finalmente desde mediados del siglo XIX en el templo parroquial matriz de Santiago Apóstol de la misma localidad[2].


Para conocer los orígenes de tan singular obra debemos remontarnos al siglo XVII, más concretamente al año 1625; con motivo del embarazo de María de Guzmán, la futura marquesa de Heliche, hija de los condes de Olivares a finales del mencionado año. Tras los trágicos momentos vividos por los duques por el fallecimiento de sus dos primeros hijos al poco de nacer, y deseando gozar del favor divino de un embarazo concedido a su tercera hija, decidieron hacer realidad el ya viejo propósito de poner en marcha la fundación de un convento de franciscanos descalzos que  se llevó a efecto en Olivares el día 1 de febrero de 1626. Debido a que el hecho que había propiciado la fundación del convento fue el embarazo de la marquesa de Heliche, los patronos decidieron poner el mismo bajo la advocación de la Expectación de Nuestra Señora, y se encargó la realización de una imagen de la Virgen representada en ese misterio para que presidiera el oratorio del nuevo convento de Olivares[3].

Durante el año 1636  se produciría el traslado del convento de la orden franciscana desde Olivares a la cercana población de Castilleja de la Cuesta. Tras alcanzar un gran auge material y un notable aumento de religiosos, se produjo la necesidad de aumentar el espacio y mejorar la vieja fábrica que databa de mediados del primer tercio del siglo XVII[4]. Esto hizo posible que a finales del siglo se comenzase la construcción de una nueva iglesia que fue consagrada el 11 de junio de 1702 y que continuaba presidiendo la Virgen de la Expectación en el camarín de su retablo mayor. A comienzos del siglo XIX, tras producirse la exclaustración de Mendizábal, y tras el derribo del edificio en 1840, la imagen fue trasladada a la parroquia de Santiago Apóstol de la localidad.

La escultura mide 1,09 m, y representa a la Virgen María muy joven, casi niña, arrodillada, embarazada, en postura frontal y estática, con las manos unidas en señal de adoración, de forma semejante a como se suele representar la Inmaculada, y portando en su vientre un pequeño relicario donde se halla una diminuta figura del Niño Jesús de plata, aunque el original no se conserva. El rostro de la Virgen es ovalado, con cuello esbelto, frente despejada, boca pequeña cerrada, hoyuelo en la barbilla y párpados caídos, que otorgan a la imagen una sensación de recogimiento, destacando además la longitud de su cabellera, cuyos individualizados y largos mechones ondulados , parten de una raya central y caen por la espalda y los hombros hasta la cintura. La Virgen viste una saya de color rojizo de escasos pliegues verticales ceñida a la cintura por un estrecho cíngulo tallado de color verde, ricamente estofada con motivos vegetales y tallos de perfil geométrico, que rodean un anagrama mariano central;  la envuelve un amplio manto de color verde que le cubre los hombros, semejando como dice Pacheco, “una capa de coro”, que presenta igualmente un suntuoso estofado, a base de "ces" sinuosas y tallos vegetales, en tonos blancos y rojizos. Se trata por tanto de una obra de tradición escultórica manierista, un estilo que encaja perfectamente con el misterio que representa[5].


Respecto a la autoría de la imagen, que según Pacheco hubo de realizarse en Madrid, surgen ciertas dudas, pues durante años se ha tenido en cuenta su atribución al maestro escultor jiennense Francisco de Ocampo durante su estancia en Sevilla, según recoge en su obra el historiador Antonio Martín Macías, Francisco de Ocampo, maestro escultor (1579-1639)[6]; sin embargo, recientes estudios afirman la posibilidad que la imagen fuese obra de algún artífice de escuela castellana o andaluza que se encontrase temporalmente en Madrid ¿Antonio de Herrera, Juan Muñoz ó Gregorio Fernández, quien llegaría a realizar alguna obra para el Conde Duque? Por consiguiente, su identificación deberá permanecer a la espera de futuros hallazgos documentales[7].

En cuanto a su policromía, hacia el mes de octubre de 1625, Francisco Pacheco recibió en su residencia madrileña la talla, ocasión propicia para mostrar su valía ante los condes y la familia real, favoreciendo su nombramiento de pintor real. Según propias palabras, la adornó lo más costosamente que pudo a través de los colores y su habilidad con el pincel, transformando aquella talla en madera en una auténtica imagen de devoción[8].
La Virgen de la O, como era y sigue siendo conocida por el pueblo, muestra una perfecta simbiosis entre las formas de la escuela castellana y la sensibilidad andaluza, figurando en varios acontecimientos culturales tales como las exposiciones “Sevilla Mariana” (Sevilla 1996), “Alonso cano y la escultura andaluza hacia 1600” (Córdoba-Sevilla, 2000-2001) y presidiendo el altar de Corpus Cristi instalado por el Círculo Mercantil hispalense (2016).


[1] PACHECO, Francisco. Arte de la Pintura, libro III, capítulo VI, pág. 498. Se cita por la edición de Bonaventura Bassegoda, Madrid: Cátedra, 1990.
[2] PRIETO GORDILLO, Juan. La Villa de Castilleja de la Cuesta. Historia Social. Castilleja de la Cuesta, 2011. Págs. 173-177.
[3] Artículo basado en la publicación realizada por Francisco Amores Martínez “Alonso Cano y su época”, SIMPOSIUM INTERNACIONAL, Granada 2002.
[4] PRIETO GORDILLO, Juan. La Villa de Castilleja de la Cuesta…, Ob.cit.
[5] AMORES MARTÍNEZ, Francisco. “Alonso cano y su época”, Ob. cit.
[6] MARTÍN MACÍAS, Antonio. Francisco de Ocampo, maestro escultor (1579-1639). Sevilla, págs. 151-52.
[7] URREA, Jesús. “Aproximación biográfica al escultor Gregorio Fernández”. En: Gregorio Fernández (1576-1636). Madrid, 1999-2000, página. 31.
[8] PACHECO, Francisco. Arte de la Pintura, libro III…, Ob.cit.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

LOS DUQUES DE MONTPENSIER Y SU RELACIÓN CON LA SANTISIMA VIRGEN DE REGLA DE LA LOCALIDAD GADITANA DE CHIPIONA. SOBRE EL “CURIOSO” INVENTARIO DE 1887.
Juan Prieto Gordillo.
Profesor de la Universidad de Huelva
Historiador

Durante los siglos XVI y XVII, la imagen de Nuestra Señora de Regla era, sin género de duda, la más conocida y popular de Andalucía. Basta recordar la triunfal y deslumbrante procesión que se celebró el 8 de septiembre de 1588, con motivo del envío de España de la Armada Invencible contra Inglaterra, a cuyo frente iba el séptimo duque de Medina Sidonia, don Alonso Pérez de Guzmán, insigne bienhechor del Santuario de Regla. Doña Ana Gómez de Silva y Mendoza, esposa del duque, fue quien pidió y consiguió del Prior y la comunidad de los agustinos de Regla, sacar por primera vez en procesión a la Virgen de Regla. El cronista chipionero fray Diego Carmona Bohórquez, en su libro “Historia Sacra” nos da amplísimas y detalladas descripciones del cortejo procesional y la dilatada comitiva, integrada por la mayor parte de la nobleza española de la época. Historiadores de entonces la elevan a ochenta mil las personas que tomaron parte en aquella grandiosa manifestación religiosa.

Siglos después, a partir de 1835, el convento e iglesia de Chipiona padecieron los efectos devastadores de la desamortización de Mendizábal. La morada por tantos siglos de fervorosos religiosos, amenazaba próxima ruina, y la misma iglesia llegó a convertirse en un inmundo establo de bestias, destruido su precioso y rico altar, viéndose despojada entre otras cosas del embaldosado de mármol. Los religiosos se dispersaron y abandonaron el Monasterio de Regla, depositando pequeñas imágenes de la Virgen en diversos hogares y al cuidado de familias piadosas del lugar. Estas imágenes no volvieron a sus antiguos poseedores, sino que han ocupado después varios menesteres y sucesivos lugares; dos de ellas pasaron al Convento Franciscano de Jerez y otra en la enfermería del Santuario de Regla. Estaba, pues, muy pronto a desaparecer por completo el Santuario de Regla, cuando los Infantes Duques de Montpensier, fijaron su residencia veraniega en Sanlúcar de Barrameda, y en una tarde de julio de 1851 se dirigieron a Chipiona, entrando a orar en su iglesia parroquial. Les llamó grandemente la atención el color negro de la Virgen y el párroco les refirió la historia y vicisitudes de la milagrosa Imagen, por lo que al punto determinaron los Príncipes visitar el Santuario, antigua casa y morada de la Señora.


Impresionados fuertemente al contemplar las ruinas del convento y la profanación del templo, resolvieron restaurarlos y volver la imagen de Ntra. Sra. de Regla a su antigua residencia. Situados al frente de una suscripción popular vencieron la resistencia administrativa, comprometiéndose a sufragar el retablo mayor de la iglesia, el traslado de la imagen desde la parroquia de Chipiona y a costear la solemne función religiosa. Para ello se abrió una suscripción, encabezada por los mismos Infantes, y contribuyendo con respetables sumas S. M. la Reina Isabel II y el Eminentísimo Sr. Cardenal de Sevilla Don Judas José Romo. Restaurados el Templo y el Camarín, se pensó en la traslación solemne de la Santísima Virgen, el día 7 de septiembre de 1852. Después de una ausencia de 17 años, volvía a su casa y Santuario. La función religiosa estuvo presidida por el arzobispo de Sevilla y los obispos de Córdoba y Guadix el 8 de septiembre de 1852.

Con el paso de los años el Santuario de Chipiona volvió a un centro vivo de devoción a la Virgen de Regla para sanluqueños y chipioneros, principalmente a raíz de la fundación en 1867 de la Hermandad de Nuestra Señora de Regla. El 8 de septiembre de 1882 el convento de Nuestra Señora de Regla pasó a manos de los franciscanos, procedentes del colegio de Santiago de Compostela (La Coruña), quienes se hicieron cargo del Santuario de Regla. Demolido el antiguo santuario en 1904 se inició la construcción del nuevo, de estilo neogótico, consagrado en enero de 1906 por el cardenal Marcelo Espínola (1835-1906).[1]


Durante los siglos anteriores, no se sacaba a la imagen de Nuestra Señora de Regla en procesión pública, sino que permanecía en su lugar, aunque se hacían dos procesiones al año sólo por este claustro del convento; una el día 2 de febrero, Purificación de Ntra. Señora; y la otra, el día 15 de agosto, Asunción de María Santísima a los cielos. En estas procesiones se sacaba en vez de la imagen de Ntra. Sra. de Regla, una imagen que los frailes agustinos tenían exclusivamente para este fin y que mandaron hacer estos religiosos cuando entraron en el convento. Su nombre era Ntra. Sra. de los Buenos-Aires, a ellas acudían muchos fieles de la comarca, sobre todo navegantes, debido a que los navegantes de toda clase, y las flotas que partían hacia América le pedían buenos aires para cruzar el océano; su color era blanco. Esta imagen no tuvo nunca un altar dentro de la iglesia, sino en otras partes, como aquí, en el claustro del convento y más tarde cuando se comenzó a sacar a la Virgen de Regla en procesión, la imagen de los Buenos Aires pasó a un lugar que denominaban entonces los religiosos "de produndis", lugar donde celebraban sus capítulos, en este lugar permaneció más de veinte años teniendo aún alguna devoción por parte de los navegantes, pasando posteriormente a un altar de la sacristía perdiendo la poca devoción que le quedaba y a continuación en 1623 fue trasladada a Cádiz, al convento de San Agustín y de allí a Madrid, colocándose en la iglesia de las monjas agustinas de Santiago[2].

Durante la segunda mitad del siglo XIX, la Orden de San Francisco intentaba revitalizar sus misiones y restaurar Provincias y conventos extinguidos. En 1882, el Estado cede el Santuario al Padre Lerchundi, permitiéndole el establecimiento de un colegio de misioneros para Marruecos y Tierra Santa. Desde que los franciscanos se hacen cargo, la devoción popular hacia la Virgen cobra un auge sin precedentes.

El proyecto de construcción de un nuevo templo, espacioso para el auge que había experimentado el culto, era una idea que acariciaban los franciscanos desde poco después de su llegada a Regla. Pero en 1899 pasó a la voz popular, cuando en la fiesta de la Virgen el predicador lanzó desde el púlpito la idea de levantar un nuevo templo.

El 17 de mayo de 1904, se aprobó el derribo de la iglesia y en el mismo año se procedió a la construcción del nuevo edificio. Así, el 30 de octubre del mismo año, tras la finalización de la Eucaristía, el notario D. José Badanelli leyó el acta oficial y, tras su bendición, se colocó la primera piedra a metro y medio de profundidad, debajo del manifestador. La obra, de estilo neogótico, se realizó en sólo dos años, y se inauguró en 1906 (a falta de la torre principal que se finalizaría en 1909)

Interesante es el documento localizado en las dependencias del archivo arzobispal de Sevilla en el que se hace mención a un inventario realizado en 1887, cinco años después de que el cenobio pasase a manos de los franciscanos, aumentando desde entonces la devoción popular hacia la Virgen tal y como se ha mencionado con anterioridad[3].

El presente documento, tal vez pudiese pasar como otro más de similares características, en el que se vuelven a describir los enseres u objetos pertenecientes a las dependencias de la orden franciscana residente en la localidad gaditana; sin embargo, su valor reside en dos hechos históricos de cierta relevancia. En primer lugar, por la relación de bienes donados por los señores Infantes de Montpensier a la santísima Virgen para sus cultos, y en segundo lugar por las referencias que se hacen respecto a la imagen que por aquellos años ¿procesionaba? citada como: “La imagen de Nuestra Señora de Regla, que es de candelero”.

La otra imagen de la Virgen de Regla, la que procesiona en la actualidad, citada en la fuente documental es nombrada como “Virgen Chiquita”, es una escultura sedente, cuya antigüedad se remonta al s. XII-XII, época de transición románico al gótico. Tiene 62 cm. de altura, en madera policromada. Pertenece al grupo de las "Vírgenes Negras", pero, a diferencia de éstas, portadoras del Niño sobre su pierna izquierda, la de Regla, tras la mutilación a la que fue sometida tiene el Niño sustentado por sus manos a la altura de su vientre, y no sentado tal y como fueron concebidos en su origen.

 
La talla desnuda en su origen, a finales del s. XVI pasó a vestir ropajes de “reina”, que, con corona y aureola, adquiría así un tamaño relevante que realzaba su figura con vistas a sacarla en procesión. El nombre parece obedecer a su origen leonés. Los canónigos regulares, provenientes de León, bautizarían a la imagen con el nombre de Regla, como la de su catedral[4].



Inventario de los muebles y alhajas que quedan en poder de la Comunidad de Padres Misioneros Franciscanos establecidos en el convento de Nuestra Señora de Regla.
Efectos donados por los Serenísimos Infantes Duques de Montpensier a la Santísima Virgen.

1º El altar Mayor de Nuestra Señora de Regla que es de madera jaspeado y filetes dorados.
2º Diez candeleros de madera y dos atriles de lo mismo.
3º Una mesa de caoba con cubierta de jaspe blanco para la sacristía.
4º Dos varas de caoba para las procesiones sin escudos.
5º Dos almohadones de terciopelo grandes.
6º Un mantel del Altar Mayor con encajes de oro.
7º Tres albas.
8º Un terno completo de tisú de plata bordado, con casulla, dalmáticas, capas, paño de púlpito, atrilera y tres cíngulos de seda y borlas de oro.
9º Dos ciriales de metal blanco. Doce candeleros de lo mismo; seis mayores y seis menores, y un crucifijo del mismo metal.
10º. Una corona de plata de la Santísima Virgen, ráfagas de lo mismo (media luna y corona del Niño de los mismo) Véase la nota 2ª al final.
11º. Un incensario, naveta y cucharita de plata.
12º.  Dos navíos de plata para lámparas.
13º. Una pulsera de oro esmaltada con topacios.
14º. Un alfiler de oro con perlas y puentes de diamantes.
15º. Una correa de terciopelo negro con diez y nueve piedras.
16º. Un rostrillo de plata con topacios.
17º. Una custodia de plata.
18º. Cuatro candeleros de plata.
19º. Un vestido de la Virgen moaré, plata y rosa.
20º. Un manto grande con lentejuelas de oro y vestido de raso blanco.
21º. Otro vestido amarillo y oro, y vestido de raso de otro tejido.
22º. Una batea de raso blanco bordado en oro en mal estado.
23º. Una caja grande con dos cerraduras para el terno de tisú de plata.
24º. Dos lámparas de metal amarillo en mal estado.
Nota: Todos los objetos que anteceden son donados a la Santísima Virgen por SS.AA.RR. los Serenísimos Infantes duques de Montpensier, y es voluntad de dichos Señores, sigan destinándose al culto de la santísima Virgen reservándose la propiedad. 


Iglesia.
1º. Seis ángeles de madera en mal estado procedentes de los padres agustinos.
2º. Tres sillares de caoba.
3º. Un tabernáculo de madera jaspeado y dorado con cortinilla y llave de plata.
4º. Una tasa de cristal con su tapadera de cristal y otra de china.
5º. Un crucifijo de marfil, un hule, tres sacras con caña dorada y un ara. Una cajita de pino con reliquias de santos; un lienzo de cáñamo.
6º. San Agustín y San Nicolás de Tolentino de bulto en unas repisas jaspeadas, dos banderas con sus astas de las peregrinaciones. Los santos son de la comunidad agustina.
7º. Tres barandas de hierro con dos atriles de lo mismo que cierra el presbiterio.
8º. Santa Rita de bulto con altar portátil, de madera con oro, lienzo de cañamón y hule-
9º. Un cuadro de Nuestra Señora del Carmen con caña dorada.
10º. Una Concepción en un cuadro con caña dorada con mesa de altar portátil, lienzo de cáñamo y oro.
11º. Una efigie del Señor de la Humildad, con su altar en una capilla, con lienzo, tres sacras, hule perteneciente a los agustinos.
12º. Un púlpito portátil de madera, de pino jaspeado. Dos confesionarios de los Agustinos.
13º. Una repisa de madera dorada de pino, en una funda, costeada por el pueblo, para poner la virgen cuando sale en procesión.
14º. Dos cortinas para las ventanas, una nueva y otra usada.
15º. Dos alfombras, una mayor y otra menos.
16º. Siete cuadros de papel mayores y menores.
17º. Dieciocho exvotos.
18º. Un viacrucis completo con cruces doradas y cañas, perteneciente a doña Manuela Santa Cruz.
19º. Un esterado de invierno y otro de verano de junco blanco en buen estado.
20º. Seis arañas de cristal en mal estado.
21º. Seis bancos de pino de los Agustinos.
22º. Una gradilla de pino con tres escalas. Un ara suelta.

Coro.
1º. Una reja pintada en muy buen estado.
2º. Un órgano pequeño de realejo de los Agustinos y un banquillo delante.
3º. Un piano de doña Manuela Santa Cruz con banquillo forrado.
4º. Un campanillero con nueve campañillas.
5º. Un coro de caoba empotrado en la pared con catorce asientos, y un rostro del Señor.
6º. Dos atrileras de pino.

Panteón.
1º. Cuatro blandones de madera jaspeado en blanco y filetes dorados, con sus hachas y arandelas en un cajón.
2º. Dos marías doradas en un cajón.
3º. Dos remates para el presbiterio de madera de pino pintado blanco y dorado en su cajón.
4º. Un aparato de pino para un dosel de tarimas y reclinatorios. Además, un reclinatorio pequeño.
5º. Seis bombas de cristal para el paso de la Virgen.
6º. Dos gradillas de pino.
7º. Un estante con libros diseminados y en muy mal estado, de los Agustinos.

Casavante.(sic)
1º. Dos mesas, una para altar y otra chica pintada.
2º. Un estante con perchas para las sotanas de los monjes.
3º. Una urna pequeña pintada de encarnado y dorado.
4º. Un manifestador jaspeado y dorado con su cortinita.
5º. Doce candeleros de cristal de todos los tamaños. Dos candelabros.
6º. Dos cajas de cartón con dos canastillas de flores contrahechas.
7º. Un mortero de mármol para majar incienso y una linterna de lata.
8º. Dos perchas de pino. Veinte floreros buenos y malos. Seis candeleros de metal chicos y mayores.
9º. Un aguamanil de mármol blanco con dos grifos de metal. Dos palmatorias de metal amarillo una y plateada otra.

Sacristía.
1º. Un guardarropa de cedro chapado con ocho cajones de los Agustinos.
2º. Un estante pequeño de pino para misales.
3º. Una cajonera de caoba con veinte cajones.
4º. Dos espejos grandes de caoba, un crucifijo de madera pintado con un dosel.
5º. Dos urnas de caoba, una con un Niño vestido y una cruz. Dos sillones antiguos en mal estado.
6º. Una cajeta de caoba con las llaves de los cautivos.
7º. Una teja engarzada en plata donde estuvo sentada la Santísima Virgen.
8º. Un estante de alacena con una tinaja para agua, y tres vinajeras, con plata y crista.
9º. Tablillas para los cantillos.
10º.  Dos cojines de terciopelo morado.
11º. Cuatro ramos redondos de plata nuevo para el paso de la Santísima Virgen costeados por la señora hija de don Gaspar Pérez Blanco.
12º. Seis ramos de plata, otro suelto pequeño. Cuatro guirnaldas id. Cuatro ramos de flores contrahechas de colores, dos macetas con flores id.
13. Una campañilla de metal y un aparatito de caoba para purificadores.

Camarín.
1º. La imagen de Nuestra Señora de Regla, que es de candelero. El camarín forrado de terciopelo encarnado, con cornisas y medias cañas doradas, y adornadas con multitud de milagros, como brazos, piernas, de hoja de plata y oro.
2º. Hay un niño de plata colgado en la pared de seis o siete libras de peso.
3º. Un cáliz dorado con la copa de plata y el pie de cobre, que se dice fue hallado con la santísima Virgen.
4º. Una gradilla con dos escalas, una bandeja guarnecida de perlas blancas.

Ropas.
1º. Cinco albas, una de ella de Nipe, otra de encaje de tul con flores de seda pertenecientes a doña Manuela Santa Cruz estas dos.
2º. Once corporales, veinte seis palias, catorce hijuelas. Ciento once purificadores, nueve paños lavamanos. Dos toallas. Un roquete grande, tres chicos. Once amitos. Cuatro sotanas encarnadas.
3º. Dos manteles regulares de largo, y dos visos de buenos encajes. Una capa con borlas de plata bordadas id.
4º. Tres manteles grandes muy buenos, dos más grandes, tres chiquitos. Un pañito para debajo de la custodia con lentejuelas de oro, otro para el lavabo de encaje y puntilla de oro. Dos sudarios del Señor de la Humildad. Un velo de seda bordado en oro.

Alhajas de oro y plata de la Santísima Virgen.
1º. Tres potencias de plata del Señor de la Humildad. Otras tres chiquitas de id. Y otras rotas de id.
2º. Una joya filigrana de perlas y de oro.
3º. Otra con rubíes. Una corona de plata dorada, y corona del Niño id.
4º. Un rosario de plata con corales.
5º. Setenta anillos de oro de todas clases.
6º. Dos cabetes de oro y dos botones de id.
7º. Cuatro cruces de oro esmaltadas.
8º. Un alfiler de oro y diamantes.
9º. Un alfiler de oro con esmeraldas a la filigrana.
10º. Un alfiler de oro con perlas (Véase la nota 1ª)
11º. Dos sarcillos de plata con diamantes, pertenecientes a don Juan Escudero.
12º. Una cruz chiquita de oro del Niño con piedras blancas. Una de oro sencilla.
13º. Unos zapatos de plata dorados y labrados a la filigrana. Un mundo en la mano del Niño con perlas de diamantes y esmeraldas.
14º. Un rosario grande al parecer de oro.
15º. Un alfiler de oro esmaltado, una pulsera de oro con un corazón.

Vestidos.
1º. Uno de terciopelo azul bordado en plata y punta id, y vestido del Niño id.
2º. Un manto tisú de oro y un vestido en plata.
3º. Un manto raso blanco y flores moradas, y punta de oro falsa.
4º. Un manto vista de plata y raso celeste.
5º. Un manto de terciopelo verde bordado en oro fino, regalado por el pueblo a las Santísima Virgen.
6º. Una toca bordada en oro fino. Dos tocas interiores.
7º. Unas colgaduras de damasco encarnado, para cubrir todo el presbiterio. Dos pabellones de seda amarilla. Tres pabellones celestes con punta de plata.
8º. Un vestido blanco bordado en oro nuevo dorado, bordado por don José Lara. Un pabellón de seda amarillo.
9º. Tres camisas y cuatro enaguas blancas.

Ropa del Niño.
1º. Un vestido blanco bordado en oro y otro de moaré.
2º. Otro blanco nuevo bordado en oro.
3º. Otro de raso blanco grabado.
4º. Otro amarillo de raso y oro.
5º. Otro de raso celeste y plata.
6º. Otro blanco de lama de plata.
7º. Otro moaré rosa y plata y calzones de tul
8º. Tres lazos del manto, tres camisas y tres calzoncillos.

Virgen Chiquita.
1º. Un manto verde de terciopelo.
2º. Un vestido celeste y plata completo.
3º. Un manto tisú de oro, y vestido tisú de plata.
4º. Un vestido blanco y encaje.
5º. Una corona de plata sobredorada y otra del Niño.
6º. Una coronita chica del Niño, dorada con piedras.

Cocinas.
1º. Dos mesas grandes en el refectorio.
2º. Cinco bancos de pino.
3º. En la cocina una tapadera de hierro para el horno. Dos filtros de piedra.
4º. En la despensa un barril para vinagre.
Hay además en el convento cuatro mesas grandes, dos escaleras grandes; cuatro tinajas, dos cruces en la escalera de madera con crucifijos pintados. Una verja de hierro dorada en mal estado el dorado. Un facistol de madera destrozado. Un cuadro con Santo Tomás de Villanueva en el Noviciado. Tres cuadros más en el patio, y un cuadro grande de Nuestra Señora de Regla en el Humilladero. Un farol y seis candeleros de palo; un crucifijo de madera jaspeado; un atril, un ara y una verja de hierro lo cierra.

1ª Nota: el número 10 de las alhajas de la Santísima Virgen, es el mismo que el número 14 de los objetos donados por SS AA RR.

2ª Nota: la media luna y corona del Niño ambas de plata, figuran en el número 10, de los objetos de SS AA RR. Son donación, la primera de un devoto, y loa segunda de doña Candelaria Montalván.
Firman el documento:
Fray José Lerchundi.
José Bustamante Tello





[1] http://chipionacofrade.blogspot.com.es
[2] Ibid.
[4] Historia, leyenda y devoción a Nuestra Señora de Regla Rafael LAZCANO Madrid rafael.lazcano@gmail.com

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Sucesos acaecidos en la villa de Castilleja de la Cuesta durante el terremoto de Lisboa. 1 de noviembre de 1755.

Juan Prieto Gordillo.
Doctor en Historia del Arte

(Fragmento de mi obra La Villa de Castilleja de la Cuesta. Historia Social. Publicada en 2010)

Una fecha muy señalada dentro de la centuria dieciochesca, no sólo para la villa de Castilleja de la Cuesta, sino para buena parte de España, es el día 1 de noviembre de 1755, cuando hacia las diez de la mañana, se producía en Portugal uno de las mayores terremotos que ha conocido la Península Ibérica a través de su historia, conocido desde entonces como el Terremoto de Lisboa al haberse constatado su epicentro en los términos de dicha ciudad, alcanzando una magnitud estimada de 9 en la escala Richter y una intensidad X. Produjo alrededor de 90.000 muertes y provocó un gran tsunami de casi 15 metros de altura que afectó a Europa Occidental y norte de África.


Vista del puerto de Lisboa el 1 de noviembre de 1755.

Uno de los territorios que más daños sufrió fue toda la zona oeste de Andalucía, principalmente en las provincias de Huelva y Sevilla en las que se hundieron y quedaron parcialmente arruinados una gran cantidad de edificios civiles y religiosos. Este fenómeno afectó muy seriamente a los edificios de Castilleja de la Cuesta, viéndose especialmente perjudicadas algunas de sus haciendas, la mayoría de las viviendas humildes y el templo parroquial de Santiago. Varios son los documentos que nos muestran el penoso estado en que habían quedado algunos de los edificios de esta localidad. Tal es así, que el día 13 de ese mismo mes de noviembre, quedaron aprobadas unas partidas para reparar varias de las casas que habían quedado dañadas o “arruinadas” por el terremoto, “...por el temblor de tierra ocurrido el día primero del mes corriente mes, que se hallan nuestros vecinos sin tener donde vivir, por lo atormentadas que han quedado sus casas y viviendas, pues se ven presos a dejarlas si no las reedifican, y atendiendo a este cabildo, a esta tan urgente necesidad, y que de apretarlos más, están a pique que se ausenten de la Villa dejando sus familias a la clemencia del cielo” [1].

Respecto a los edificios religiosos, el más afectado fue el de Santiago, quedando en gran parte ruinoso. De un informe realizado por el señor provisor del abad de Olivares sobre el estado del edificio, se dedujo que el mayor daño se produjo en una de las naves laterales, afirmando que de no realizarse las oportunas reformas, cuestión harto difícil, pues la pobreza tanto de los vecinos como de las hermandades existentes en el mismo eran bastante patentes“...aumentarían exorbitantes gastos en la pérdida de vigas, tejas, redoblón y la nave mayor que se halla la mayor parte sana”[2] 

A tal extremo llegó el deterioro de la parroquia dos años más tarde, que el señor abad, viendo el peligro que corrían los feligreses, mandó al párroco Juan Francisco Banderley que recogiese el Santísimo, y que las funciones religiosas se celebrasen en la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción. Este hecho provocó el que muchos de los parroquianos de Santiago se marchasen a escuchar dichas funciones a localidades vecinas, el tiempo que duró la reconstrucción del edificio (1757-1764), ocasionando el consiguiente perjuicio para los diezmos parroquiales. Ante esta coyuntura, el párroco optó por dejar el uso de “Pila y Sepultura” en la iglesia de Santiago,

         “Ídem.: ... y aunque por templarlos se les dejó el uso de Pila y Sepultura, es con tanta indecencia, que lo primero se hace precipitadamente por huir del riesgo, y lo segundo con nota y reparo de las gentes, pues llegando a la vista de la iglesia el cuerpo, con el acompañamiento y Duelo, lo entran entre cuatro, quedándose los demás en la Plaza, lo entierran, se le dice un responso, y se van a celebrar los oficios a la de la Concepción, agregándose a esto el imponderable desconsuelo que reina en los individuos del pueblo, y de las hermandades del santísimo Sacramento, Vera Cruz y Soledad de María Santísima (Sitas en dicha Iglesia), de ver los unos con tener enterrados en ella todos sus antepasados, no pueden mandarles decir una Misa, ni responso en ella, ni los otros dar culto a su Imágenes, cumplir con las funciones de obligación, no hacer cabildos, ni sufragios por sus Hermanos difuntos, reflexión que con exceso les aumenta su fatiga, desmayados de lo que se le retarda la esperanza de ver reedificado su Templo, que la suma pobreza de la fábrica, hermandades y vecinos no pueden costearlo, y que de dilatarse, no solo se imposibilita más, aumentarán exorbitantes gastos en la pérdida de vigas, tejas, redoblón, y nave mayor, que se halla la mayor parte sana, sino que llorarán con lágrimas de sangre ver sumergidas en el estrago de sus ruinas sus devotísimas Imágenes...” [3].

 El documento anterior se completa con la carta enviada por las autoridades de Castilleja de la Cuesta, al que seguía siendo su “Señor”, el Conde Duque de Olivares –cuyo título recaía por aquel entonces en la “Señora”, Teresa Álvarez de Toledo y Guzmán-, solicitándole una serie de medidas con las  que remediar los  daños  ocasionados en la parroquia matriz:

         “El consejo, justicia y regimiento de la Villa de Castilleja de la Cuesta, con sus síndicos, procurador, hace presenta a Usted, que esta vecindad incluye dos parroquias, con título la una de Señor Santiago en el señorío antiguo; y la otra con el de Nuestra Señora de la Concepción en la Calle Real; la primera, la arruinó tanto el terremoto del año de 1755, que en 1757 se mandó por el señor provisor de Usted. Consumir el S. Sacramento, y que sus funciones se celebrasen en la segunda. Promovida? Tan violenta a sus feligreses, que les produce las mayores discordias, bandos y enconos que se han visto en términos de pasar a las manos, llegando a tanto exceso  que por no oír Misa y demás funciones, se van a oírlas a otra parte...; con todas las demás que adornan siete altares, que incluye dicha Iglesia de que es patrono el Excelentísimo señor Conde Duque de Olivares, nuestro natural señor, que no dudamos contribuya a tan cristiano fin, a imitación de sus gloriosos progenitores y de lo que interesa en los diezmos de todas especies, a excepción del aceite que pertenece a la Corona, si usted como vigilante celoso pastor de sus ovejas, del divino culto, y de la quietud del pueblo se dignase a constituirse agente de tan piadosa solicitud a que este pueblo contribuirá en cuanto puedan sus débiles fuerzas...” [4].

Afortunadamente, el templo de la Inmaculada Concepción, debido a las grandes reformas y restauraciones al que fue sometido durante los años de 1752 y 1753 por el maestro de obras de albañilería Miguel Tirado, apenas si sufrió daño aparente, pues tan solo un año después del movimiento sísmico, le comenzaron a surgir leves deficiencias arquitectónicas[5]; tampoco se produjeron grandes desperfectos en la ermita de Guía, y en las capillas de la Santísima Trinidad y la de Nuestra Señora del Rosario.


[1] AMCC, Legajo 4, Actas Capitulares de 1755, s/f.
[2] BOLETÍN CALLE REAL, N.º 27, Año 1993.
[3] APO, Legajo 104, s/f.
[4] Ibid.
[5] AHPS, Sección de Protocolos Notariales de Castilleja de la Cuesta. Legajo 2.150 P-b (1752-1759), s/f.